lunes, 29 de enero de 2007

La muñeca de Laura

Tras un día lleno de sorpresas, Laura se quedó dormida mientras su padre le leía pausadamente uno de sus cuentos preferidos: la bella durmiente. Siempre había tenido predilección por esa historia. Se imaginaba a menudo ser la bella del cuento, y que se encontraría a su príncipe azul escondido tras la montonera de juguetes que guardaba sin demasiado orden, en una esquina de su dormitorio. Soñaba que lo tomaba de la mano, y que paseaban por cierto parque, mientras el atardecer los acompañaba con sus mejores galas. Hablaban de muchas cosas, competían para ver quién llegaba antes al árbol junto al lago, jugaban al escondite en un campo de girasoles...
Mientras su padre cerraba las cortinas, Laura se abrazó a su muñeca. Nunca dormía sin ella. Era la primera muñeca que recordaba haber tenido. Para ella era muy especial. Era su compañera, su amiga, su confidente. Siempre la llevaba consigo donde quiera que fuera.
Esa noche, por supuesto, no iba a ser menos. La acostaba junto a ella, en el lado izquierdo. La arropaba bien, pues siempre decía que por las noches cogía frío y se resfriaba. Su brazo derecho le abrazaba el cuerpo, y tras realizar un guiño de complicidad a su compañera de cama, con los ojos cerrados, su respiración se acompasó a un ritmo dulce y cadente.
Durmió del tirón toda la noche, y al despertar, se dio cuenta de que estaba girada al lado contrario de su muñeca. Se volvió para darle los buenos días a su amiga, y descubrió que la muñeca no estaba en su lugar. ¡Peque!, gritaba con desesperación. Al oir los gritos, su padre corrió en su busca. Al entrar en la habitación, encontró a Laura llorando. Se acercó a ella, la abrazó y le dio un beso tierno en la mejilla. ¿Qué te ocurre, mi vida?, le preguntó susurrando. Laura le contó lo que le ocurría. Juntos decidieron buscar a Peque. Revolvieron toda la habitación en su busca. Pero no dieron con ella. Laura cada vez lloraba más. Su padre trataba de consolarla, pero no había manera. Era la hora de ir a desayunar para ir al colegio, y Laura no estaba para muchos festejos. Su padre, como pudo, se llevó a la niña a la cocina, y estuvo con ella hasta que se bebió un poco de leche. No quiso nada más. Laura no mencionó palabra en el rato del desayuno. Una vez vestida y con la mochila a cuestas, salió de casa y cogió el autobus que la llevaría al colegio. Pasó la mañana absorta y abducida por sus pensamientos. Creía que Peque la había abandonado para irse con otra compañera de juegos. No atendió en clase, no salió al recreo a jugar con sus amigas. Solo lloraba. Lloraba.
Al salir de clase, y una vez recorrido el trayecto en autobús, llegó a casa. Subió corriendo las escaleras rumbo a su dormitorio. Abrió la puerta con sigilo, como si no quisiera entrar en la habitación. Cerró los ojos. No quería llevarse otra decepción. Entró a ciegas. Se dirigió hacia la cama. Iba palpando con las manos. Por fin llegó al cabecero. Posó sus manos en el colchón. Estaba nerviosa. Sentia que su corazón corría deprisa. Abrió los ojos al fin...
Peque estaba sentada encima de la almohada, con su habitual sonrisa y los brazos abiertos. Laura al verla, comenzó de nuevo a llorar. La cogió suavemente, y la abrazó fuertemente. Su madre, que había encontrado a Peque enredada en las sábanas, la había seguido hasta su dormitorio. Al ver a Laura llorar, entró en la habitación. La niña le contó lo mal que lo había pasado. Su madre, besó a Laura en la mejilla y le dijo: "Laura, no tienes que preocuparte tanto por las cosas. Sabes que Peque no se va a ir de tu lado, porque te quiere mucho. Eres pequeña, y todavía no llegas a comprender, pero es necesario saber afrontar las dificultades con esperanza. No tienes que llorar tanto, ni tienes que estar ausente, ni siquiera tienes que dejar de comer. Vive la vida, cariño, con alegría, con la esperanza puesta que te vas a divertir, en que vas a conocer a amiguitos nuevos, en lo mucho que vas a aprender en el cole... Deja que tus preocupaciones se vayan por donde han venido. Eso sí, mi vida, piensa que la vida está llena de pequeños momentos llenos de dificultades. Pero para eso está papá y está mamá, para ayudarte en lo que necesites..."
Laura no entendió demasiado las palabras de su madre. Sin embargo, el encontrarse de nuevo con Peque le había enseñado algo: cuando anhelas de verdad que algo suceda, lo más normal es que te lleves alguna que otra decepción. Sin embargo, si cierras los ojos y te aferras a la esperanza, es posible que al abrirlos, te encuentres de frente con la realidad que buscabas.
Hoy por hoy, me encantaría tener la inocencia y la esperanza de Laura...

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