Temor a lo desconocido. Una actitud innata que nos sumerge de lleno en un estado de embriaguez temeraria, que en ocasiones, da lugar a insospechados comportamientos no deseados. Jugar a los médicos con una señorita de primer apellido "ansiedad", no es del todo placentero. Aparece ante nosotros con un halo de diva, ante el que difícilmente, nos podemos resistir. Es necesaria una entereza física y mental, de la que en la mayoría de las ocasiones carecemos por naturaleza. Se instala en nuestro interior, se hace hueco en nuestro corazón y desde allí, domina por completo nuestro raciocinio. De tal manera llega a actuar, que el eco de su voz se propaga a la velocidad de la luz por todo nuestro entorno. Suavemente, con la dulzura propia de las salinas marinas, convierte nuestro yo en puro nerviosismo sistemático. Y da lugar a innumerables actos de un sainete del que no podremos ser nunca directores. A lo sumo, actores de segunda fila, y gracias.
Y yo me pregunto, ¿y para qué? Somos incapaces de cantar otro tema con el que intentar inclinar la balanza hacia el lado de la serenidad, de la paciencia y del sentido común. Nos sentimos atenazados por una sensación tan horrible como absurda. De hecho, lo más común es vernos sumidos en un estado de shock, del que nos cuesta Dios y ayuda salir a flote. Mientras navegamos en un mar revuelto, dejamos que pasen delante de nuestros ojos, tantos momentos y situaciones que van a morir en ese cementerio de instantes olvidados, situado en una parte del alma, de que la no tenemos acceso. No es fácil. Partimos de que es muy difícil. Seguro que sí. Pero tanto como que es posible coger el toro por los cuernos y lidiar con él.
Tomar de la mano las dificultades es un acto de heroicidad suprema. Estamos acostumbrados a vivir con angustia vital. Sustituyamos este sentimiento de acongojo por la seguridad en nosotros mismos. Confiemos en nosotros. Demostremos a la incertidumbre que a pesar de su poder hipnótico, es posible actuar de otra manera. Y eso se hace desde la confianza que suscita darle la importancia correcta a cada momento vivido. Al convertir la preocupación en obsesión, dinamitamos nuestro sistema de flotación, cayendo irremediablemente en un hundimiento paulatino y sin posibilidad de reacción, salvo que acudamos a nuestro propio salvavidas.
Sin embargo, siendo conscientes de lo tenemos encima de nuestras cabezas, es posible continuar adelante. Miremos nuestro corazón, dejemos que brote de él la confianza que necesitamos, echemos un vistazo a la vida de soslayo, y tomemos conciencia que, una vez analizada, mascullada, servida en bandeja de plata, y realizada la digestión pertinente, estamos en disposición de acoger una nueva gira de conciertos de nuestra diva invitada. Y por supuesto, si encontramos en la cola de entrada al show, la mirada tierna de alguien que nos tiende la mano con una sonrisa en los labios...
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