Siete meses. Siete meses de angustia ilusionante. Doscientos diez días de vida de una bebé pequeñita. Tiempo de silencios escondidos. Tiempo de ilusiones compartidas a través de miradas de soslayo. Tiempo de arrojo y desesperación. Tiempo de sensaciones inolvidables, venturosas y agobiantes. Tiempo de alerta a cada detalle, por mínimo que pudiera ser. Tiempo de pataditas en el vientre, de movimientos que pudieran parecer sin sentido, dulces y amargos al unísono. Tiempo de difíciles contracciones, de reposo obligado de alma y cuerpo. Tiempo de preparativos, de cosas chiquitas, de vida que quiere asomar a la vida. Tiempo para tener tiempo. Tiempo para no saber que hacer cuando las lágrimas aparecen con cierta desesperanza ante dolores que no vienen a cuento. Tiempo para observar el presente como único instante verdaderamente importante, aunque mirando de reojo los días que sobrevendrán, los meses que caerán poco a poco. Tiempo para preparar el nacimiento de una niña, de nuestra hija, del regalo que Dios nos quiso hacernos hace siete meses...
Siete meses. Siete meses que parecen siglos.
Siete meses. Y después vendrá el octavo, y si Dios quiere el noveno...
Siete meses. Este es momento que toca abrazar. Y lo hacemos juntos, y lo hacemos con la mejor de nuestras sonrisas, a veces esbozadas por puro trámite; pero al fin y al cabo, sentimientos que afloran de lo más hondo de nuestra existencia.
Siete meses de buena esperanza...
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