El día de hoy podría pasar desapercibido como uno más del calendario. A simple vista, no tiene un significado especial. Sin embargo, para mí encierra un contenido especial.
Al llegar la primavera, como que el estado de ánimo cambia un poco. Olvidamos la común tristeza y añoranza del otoño y del invierno, para instalarnos en una cierta alegría que aumenta según avanzan los días. Las horas de sol que nos acompañan se hacen más intensas. Las nubes, aunque las hay, dejan paso a los rayos del astro rey.
Hace ya algunos años que decidí comenzar una aventura en común con la persona que ahora llena todos mis días. Recuerdo con facilidad nuestro comienzo, no exento de dudas e inseguridades, como cualquier pareja que decide empezar a conocerse en profundidad. Paseos por el parque agarrados de la mano, sin pensar mas que el momento presente que vivíamos. Problemas propios de la edad que intentábamos solucionar con nuestros medios, sin la sapiencia que te da la vida con el paso de los años. Al recordar, me doy cuenta que habría sido posible afrontar las dificultades con otro talante, y otra manera de actuar. Pero no tengo la certeza absoluta de que si volviera a encontrarme de bruces con aquel tiempo, mis reacciones hubiesen preferido la otra cara de la moneda. Es más, casi doy por seguro que hubiera seguido el mismo guión que empleé en aquellas funciones.
¿Cómo es posible que dos almas tan distintas, venidas de familias con tradiciones similares pero opuestas, con unos valores semejantes´pero en distinto orden de prelación, pudieran llegar a ese estado de mutua atracción? No hablo solamente del físico, que lo hubo, lo hay y lo habrá. Sino el espiritual. Regresan a mi memoria momentos de dificultad. No lográbamos encontrar la solución adecuada. Pero nos manteníamos unidos. He llorado mucho. Bueno, hemos llorado mucho. En ocasiones la ofuscación se adueñaba de nuestros momentos, convirtiéndolos sencillamente en pesadillas que duraban días. Imagino que tienen que ver con la sensación de querer que las cosas vayan bien siempre. Y eso, a medida que vas cumpliendo años, resulta que es del todo imposible. Hubo momentos de oscuridad, como también los hubo de perfecta claridad. La relación se forjó en la confianza y en el respeto por el otro. Ella me amaba, a su manera, y yo le correspondía a la mía. Cuando lo suyo y lo mío entrelazaban sin hacer ruido, la sensación de enamoramiento adolescente era abrumadora. Las veces en que, por diversas razones, no conectábamos del todo, los instantes nos daban la espalda. Incluso a veces, con un grado de sopor un tanto insportable.
A medida que la relación avanzó en el tiempo, los pilares de nuestra vida en común, fueron asentándose en el terreno. Y también eran distintos los problemas que sobrevenían. Pero ahora los podíamos afrontar con cierto aire de arrogancia, pues conocíamos un secreto que nos ayudaba a superarlos. Ese secreto que aún sigue siéndolo, terminó por modelar una escultura, que presentamos a Dios y al mundo un 10 de agosto de 2002. Ese día fue el final de una etapa, tan conmovedora como difícil, tan pasional como sencilla, tan llena de sorpresas como de regalos de segunda fila.
Nunca fue fácil abandonar la tierra donde uno se hizo hombre. O por lo menos, medio hombre. Quizá ese destierro elegido ha terminado por ir llenando nuestras alforjas de ciertos elementos que nos ayudan a soportar la carga de no tener a la familia a nuestro lado. No es sencillo volar sin el cobijo acostumbrado de unos padres; tampoco lo es, correr por senderos llenos de decisiones cuando es imposible pedir consejo a un hermano. Sin embargo nuestra elección, motivada por la elección laboral escogida, pienso que fue la correcta. Dios nos irá diciendo con el correr del tiempo, si escogimos la opción que más convenía a nuestra vida.
Siempre he pensado que nuestra vida está escrita en un gran libro. Y cada situación que vivimos puede leerse con todo lujo de detalles en sus páginas. Dios mueve sus hilos, y nosotros tratamos de seguirlos en la medida de nuestras posibilidades. A veces me he preguntado que nos puede deparar la vida. Y he encontrado la respuesta cada vez que me he cuestionado ese interrogante. Y además es muy sencilla: vive el momento presente como si fuera el último, y prepara con amor e ilusión el futuro inmediato. Guarda en tu corazón cada instante vivido con amor, y aprende de tus errores. Abraza las dificultades y descubre que tras ellas se te brinda la oportunidad de empezar de nuevo. Y en la medida de posible, afronta cada situación con una sonrisa en los labios. Quien sabe si con ese simple gesto sin esfuerzo, puedes regalar alegría y satisfacción a la persona que tengas a tu lado en cada momento.
Finalmente, quisiera agradecerte a tí, cariño, que me has dado y me das la oportunidad de despertar a tu lado todos los días. Haces que me sienta alegre, lleno de felicidad, y con ganas de mirar al futuro con esperanza.
Un deseo: permanecer unidos y buscar juntos aquello que nos traerá la verdadera felicidad.
Te quiero.